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Nunca pensé que iba a llegar este momento. Debía ocurrir, claro, pero siempre lo vi como parte de un futuro lejano. Algo con lo que tendría que lidiar, eventualmente. Paro ahora que lo estoy viviendo, me doy cuenta que no estaba realmente preparado. Aunque también me pregunto cómo se prepara uno para enfrentar algo así. Me pregunté mucho qué debía decirles. Cómo contarles la historia. En Marzo del ochenta, el partido me dio la orden de desaparecer de Chile y largarme a Europa. Estaba bajo riesgo de muerte y la única forma de dejarlas a salvo a su madre y a ustedes era fingir mi muerte. Eso hicieron. Desaparecí. Me hicieron desaparecer. Me vine a Alemania y terminé en Berlín y tuve que aprender este idioma para seguir vivo. El muro todavía estaba arriba y pasarían nueve años hasta que lo desarmaran y se uniera el país. Durante ese tiempo intenté comunicarme con su madre, pero fue imposible. Hice mis mejores esfuerzos, pero luego de cinco años, fue el momento de comenzar de cero. O de intentarlo, por lo menos. Hice lo mejor que pude para armar otra vida acá. Así conocí a Silke. Una chica de buena familia, con dinero. Tenía una bonita sonrisa y una vida aburrida. Yo, exiliado en anonimato y con nueva identidad, era un sujeto misterioso. Mi vida era una interrogante, y me dediqué a cultivar esa faceta con ella. Traté de ser interesante por todo el tiempo que me fue posible. Cuando nos casamos, sus padres nos regalaron este departamento y vivimos aquí durante años. Silke no quería tener hijos y eso me pareció bien. El tiempo avanzó con la calma del clima y ella murió el dos mil cuatro, de un ataque al corazón. Fue triste y lloré y sentí un pequeño duelo, pero para ese tiempo ya no estaba el cariño que nos había unido en un comienzo y a esas alturas casi no cruzábamos palabras. Durante los casi veinte años que estuvimos juntos, no pasó un solo día en que no pensara en la mujer que había dejado en Chile. Y cuando Silke ya no estuvo más, cuando la soledad y la vejez y el arrepentimiento de haberme ido golpeó con toda la fuerza de la distancia que brinda el tiempo, decidí volver a Chile. Tenía que encontrarla. Crucé el Atlántico para buscarla. Ella me vio y fue como si se rompiera una pausa que en un momento parecía interminable. El motivo por el cual están las tres aquí es porque su madre y yo conversamos largamente sobre esto y sabíamos que nuestras acciones habían cortado sus familias en dos. Dejamos a nuestras dos hijas abandonadas y luego yo fui el responsable de separar a tu familia, Bárbara, pero no lo sabía. Cuando viajé a verla, no sabía que sucedería todo esto. De todos modos, no voy a mentir. Aún si hubiese sabido las consecuencias, lo habría hecho de todos modos. Porque hay sentimientos irrefrenables. Su madre y yo nos amamos. De manera tan intensa y durante tanto tiempo, que parecía ser algo infinito. Pero las cosas infinitas pueden ser también inmensamente pequeñas, y en esta historia de amor, no cabía nadie más. Somos dos enamorados, no una familia entera. Cuando volví a buscarla, nunca le propuse decirles la verdad a ustedes. Ella tampoco me lo sugirió. Ambos sabíamos que las niñas que habíamos tenido, aquella la familia que habíamos formado y que la dictadura nos cortó por la mitad, ya no existía, así que no íbamos a tratar de recuperar eso. Tú sabes de familia, Florencia. Tienes una familia, ¿no? Sé que vives acá. No te imaginas lo difícil que es perder al amor de tu vida y tus hijas, sin poder hacer nada al respecto.

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