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El médico dice que es normal, que es el resultado de los años de abuso y de los golpes y del alcoholismo y de una vida mal llevada a cabo. El médico me explica que el cuerpo se rinde, que es un proceso natural, que esto que nos soporta en el mundo, no dura para siempre. Es igual que una máquina. Él médico no lo sabe pero yo creo que se trata de algo más. Creo que es la soledad la que nos hace volcarnos a la negrura. No hablábamos hace tiempo, pero recuerdo nuestras conversaciones. Siento un nudo adentro. Es tan absurdo. Yo y mis pequeños dramas. Tengo problemas con mi novia, pero ahora estoy contigo y te veo en este estado donde no pareces estar vivo aunque la máquina que suena a tu lado así me lo hace saber, y al verte así pienso que mis problemas son tan ínfimos. Minúsculos. Prácticamente invisibles. Y se me forma un nudo adentro, tío, porque siento pena pero cada vez que lo comparo con los problemas de otros, o cambio la escala, me siento idiota. Malagradecido. Pienso, quizás debería dejar de quejarme. Pienso, no sé, verdaderamente, lo que es sufrir en esta vida. Y pienso, ¿quién decide cuánto sufres a lo largo de tu vida? Cuando digo que no creo en un dios, me responden que cuando esté al borde de la muerte, voy a creer. Y me pregunto si tú crees, ahora. Si estás pensando en eso mientras te hablo. Si antes de partir le perdonarás todos los abusos a aquel ser enorme, que pensó que lo mejor para ti era sufrir de forma desproporcionada. El médico dice que no sientes. El médico dice que es cosa de esperar, que quizás podamos ver una mejoría. Pero yo sé que lo dice porque es su trabajo. Nadie puede ganar todo el tiempo. Sobrevivir es una proeza más parecida a la suerte que a la voluntad, y ninguno de nosotros es un hombre que se pueda jactar de tener la buena fortuna de su lado. La suerte no puede trabajarse. Es algo que está con nosotros o no. Se escapa de nuestras fuerzas, no conoce nuestra voluntad ni tampoco le interesa. ¿Dónde escuché todo esto, antes? Lloro, pero no quiero que te des cuenta. La extraño y te extraño y es tan extraño. Todo esto. Estos días que has pasado conectado a la máquina. Tus amigos boxeadores esperan en el pasillo y dejan flores al borde de tu cama, como si fueses una figurita sagrada de yeso. Una estatua, una copia impasible de quien solías ser. Tu rival llegó triste, porque sus manos se mancharon de sangre. Es la suerte, tío. O la falta de ella. Se trata de sobreponerse. Es eso. El triste juego de los hombres que pierden.

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