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Conocí a Antonio en la Universidad Libre de Berlín. Mis compañeros del master de economía hicieron una fiesta y se sumó gente de otras carreras. Antonio estaba terminando un master en bioquímica. Nos conocimos en la barra. Estábamos esperando unas cervezas y él me dijo que yo no era alemana. Yo no me puedo ver de afuera, pero sé que no soy rubia, no soy alta y no tengo los ojos azules. Se me olvida lo diferente que soy. La forma en que me lo dijo me hizo sentir como si fuera algo malo, así que decidí ignorarlo. Pero luego me lo repitió diciendo que yo era diferente, que era muy bonita, y me preguntó de dónde era. Le dije de Chile. Me dijo soy italiano. Llegaron nuestros tragos y nos sentamos a conversar en la escalera de la entrada de a universidad, lejos de la fiesta. Conversamos bajo el verano de Berlín, ese tiempo de luz que pareciera permanente, cuando oscurece a las once de la noche y amanece a las tres de la mañana. Ninguno de los dos tenía frío y nos dedicamos a contarnos nuestras vidas. Y eso hicimos durante años. Cuando nació Anette, mi hija, comenzaron los problemas. Primero eran detalles. ¿En qué idioma le hablamos? ¿Cómo nos comunicaremos entre nosotros? Y se hizo evidente que si bien ambos hablábamos alemán, criar un hijo en un idioma que no es el tuyo lo convierte en una tarea casi foránea. Yo lloro en español. Pienso en español. Cuando grito de alegría, mi corazón celebra en español. Antonio lo hacía en italiano. Anette, en alemán. Éramos tres lenguas compartiendo un mismo espacio, donde nuestra hija era el resultado de la lengua que compartíamos. Y ya que ella entendía el único idioma que teníamos en común con Antonio, se nos hizo imposible discutir en casa, frente a ella. Esperábamos que no estuviera para arrojarnos la artillería. Las armas que afilamos en secreto. Aunque no ocurrían a menudo, era durante esas peleas que sentía la soledad más absoluta. Sabía que, fuera de mi familia, no tenía a nadie. Y no podía hablar el idioma que quería. La llaman lengua madre, aunque no recuerdo que la mamá nos enseñara a hablar. Supongo que la llaman así porque es el lugar donde estás cómodo, seguro. Algo parecido a la patria, pero intangible. Hecho de ideas. Palabras intraducibles y las incontables formas de hablar de afecto y tristeza en la soledad de nuestro idioma. Con Antonio las cosas se perdieron con el tiempo. Preferiría no hablar más de esto. ¿Qué hora es? Deberíamos ir saliendo a buscarla, ¿no?

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