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Trece horas hasta Madrid y luego tres horas hasta Berlín. Toda la noche (que luego se convirtió en mañana) y luego toda la tarde, miré por la ventana sin poder dormir. Era mi primera vez en un avión. La noche negra. Las nubes silenciosas. Las casas. Dios mío, las casas. Llegamos cuando estaba amaneciendo y pude ver las casas de la gente. Mansiones enormes con piscinas del tamaño de dos propiedades enteras. ¿Quién puede necesitar tanta agua? ¿Quién puede necesitar tanto espacio? Mientras volaba, pensaba en estas cosas. Pensaba en quién vivía dentro de esas propiedades. Pensaba en qué pensará esa persona. En un pestañeo de tiempo pasamos del lugar más lujoso al más pobre de la ciudad. Un respiro de seiscientos kilómetros por hora. Casas miserables. Suciedad. Enfermedades. Densidad de población. Soy una mujer sensible y lloro a veces. Miraba hacia abajo y sólo podía imaginar a las personas. Tratando de sobrevivir. Llegando a sus casas. Saludando a sus hijos. Besando sus mujeres. Personas en enormes mansiones y personas compartiendo su cama con niños sucios, que jamás han usado ropa nueva en toda su vida. Personas repartidas de manera diferente, como repartimos los afectos en el corazón. Y es que entre ciudad y ciudad hay grandes espacios vacíos. Cualquiera que vuelve sobre algún terreno el suficiente tiempo logra darse cuenta. Los humanos ocupamos muy poco espacio, verdaderamente. Nuestros pequeños destinos y nuestras pequeñas miserias. Y yo, con mis temores, cruzando la tierra a seiscientos kilómetros por hora, atravesando el cielo para llegar a los restos de mi familia. Mi madre. Las hermanas que nunca he visto. Los recuerdos de algo que pareció nunca haber existido. Casi no recuerdo la voz de mi madre. Ni sus manos. No sé si son parecidas a las mías. ¿Soy como ella? ¿Abandono mis afectos, incapaz de devolver el cariño que me ofrecen? No sé qué estoy haciendo, en este momento. Soy solo una mujer sensible. Lloro, a veces. Vi casas de ricos. De pobres. Edificios abandonados y terrenos en construcción. Vi ciudades enteras desaparecer bajo las nubes. Y vi un amargo océano de trece horas que nos separa a los unos de los otros.

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