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Segundo round y ninguno ha recibido un verdadero golpe. Es fuerte y decidido y no tiene nada que perder. Me veo en él porque sé que cuando baja la guardia no lo hace de verdad. Quiere que yo piense que está desprevenido y trate de entrar y me conecte un gancho para tirarme al suelo. La verdad es que ninguno de los dos va a ceder. Ambos sabemos lo que está en juego. No es una pelea entre nosotros. Es una lucha de nuestros puños contra el destino. El otro no es un enemigo, sino un mensajero. No podemos ganar todo el tiempo, pero tampoco se trata de perder permanentemente, arrastrando una montaña de fracasos en la espalda. Se trata de nuestra vida, nuestra breve existencia. Se trata de las memorias que nos mantienen de pie y de eso que insistimos en llamar “yo”. Se trata de cómo queremos vernos en el espejo al final del día. ¿Esa persona que se refleja es capaz de irse a dormir tranquilo esta noche? ¿Esa persona puede decir que intentó cumplir sus metas, o se acobardó en el camino? Yo no voy a quedarme de brazos cruzados mientras la vida me pasa por el costado, ebria, a toda velocidad. No puedo vivir ignorante del resto mientras no se crucen en mi camino. No puedo mirar mi reflejo y dejar que otro se lleve lo que he construido durante tantos años. No soy un animal que agoniza. Soy un hombre que pelea. Y un hombre que pelea sigue adelante. Porque no tiene nada que perder. Porque su reflejo es un efecto pasajero. Un efecto que depende de la luz. Y un hombre verdaderamente decidido ya no tiene miedo de pelear a oscuras.

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