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Tienes que salir, me dicen. Corta el teléfono. Le hago caso y dejo el aparato, molesto. Quería escuchar tu voz antes de empezar. Pero no contestas así que guardo el celular en la mochila y camino hacia el ring. Pareciera que hay universos enteros de distancia entre el camarín y el cuadrilátero, a pesar de no estar realmente lejos. Cuando salgo, veo la escena completa. No es como en las películas. No estamos en un estadio enorme, repleto de gente. Es solo un gimnasio. Quienes son parte del público, usualmente son gente que sabe de boxeo. La gran mayoría, peleadores aficionados. Suena una música espantosa por los parlantes y continúa bombardeando nuestros oídos hasta que subimos al ring. Te busco entre el público, aunque sé que no estás. Radiografía de la soledad. Esperanzas absurdas. En mi esquina, mi viejo amigo y entrenador. La única cara que reconozco. El resto, testigos. Gente. Personas que no guardo en el corazón. Y tú, inexistente, pues entre nosotros hay miles de kilómetros. Incluso más que entre el camarín y donde ahora me encuentro. Entremedio de nosotros pende un océano completo. Una distancia tan enorme que en nada parece diferenciarse de la muerte. Estoy transpirando. Mi cuerpo está listo, pero mi mente aún intenta buscarte bajo los párpados. Pienso en tu nombre, Camila. Pienso en cuándo vas a volver. Luego recuerdo que no me gusta que me veas sangrar y algo dentro de mí se alegra que no estés presente esta noche. Me digo a mi mismo “no dejes que tu cuerpo te abandone”, y luego “ábrete paso a golpes”, y luego “no tengas miedo”. Me acerco a él. Es un sujeto de mi edad. Somos como un espejo. Imagino que piensa lo mismo de mí. No somos más que reflejos, repeticiones, quiero decirle. Vidas paralelas que se encuentran y atacan porque no conocen otras reglas. Hombres solitarios que golpean por amor. Figuras que observan su reflejo repetirse infinitamente dentro del cuerpo del otro. En alguna parte, dentro tuyo, estoy yo. No tengo miedo. No puedo tener miedo. Somos iguales. Mi enemigo es como yo. Es lo más parecido a contra mi propia persona, y hace años que dejé de tener piedad conmigo mismo.

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