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Estás dormida a mi lado y no nos despedimos de un beso. No me lo ofreciste y no te lo pedí. No podría. Miro por la ventana. La noche se extiende más allá del borde de los edificios. Continúa en el horizonte y da la impresión de ser infinita. Pienso. ¿Cómo poder describir el lento avance del tiempo? Las nubes se mueven con tanta calma que parecieran estar dibujadas sobre nuestras cabezas, mientras las pocas estrellas visibles saludan desde el otro lado de la contaminación. Se ríen de nuestros problemas. Pequeños seres desesperados, dicen. Pasan sus días engañándose. Aman, rompen promesas y sufren. En la gran escala -dicen las estrellas- sus desgracias son ínfimas. Las observo titilar y pienso en sus palabras. Mis penurias son infinitamente pequeñas. Mis lamentos, casi inexistentes. Todo esto lo comprendo en la gran escala, pero no pertenezco a los inmensos cuerpos celestes. Si soy del tamaño de los hombres, del tamaño de los pequeños seres y sus tribulaciones, ¿cómo, entonces, puedo quitarme este dolor que tengo adentro?
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