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Flo, despierta. Nos tenemos que ir. A mí también me duele la cabeza. Tengo la misma sensación. El cuerpo aplastado. Los pensamientos confusos. Jugamos a ser jóvenes pero nuestro organismo ya no tiene veinte años. El peso del tiempo se nota en pequeñas situaciones, como estas. Una vez me fui de fiesta con Franco, mi novio, y salimos y tomamos y nos largamos en una locura de dos noches. Al volver a casa, caí en cama y me sentía tan mal que pensé que iba a morir. Franco estaba tan preocupado que llamó a un doctor. Yo apenas podía abrir los ojos. El hombre vino a la casa y luego de hacerme un chequeo se rió y me dijo que era normal, que el cuerpo no podía soportar infinitamente los embates del alcohol y los químicos que le había metido esa noche. El doctor me dijo que si quería evitar sentirme así, debía dejar de beber y tomar pastillas y empezar a buscar maneras menos destructivas de pasarlo bien. El doctor me sonrió y se fue, pero no se dio cuenta que al marcharse, me dejó un agujero en el alma y una marca imborrable en la biografía. Fue la primera vez que debí hacerle frente a un hecho aterrador: el tiempo avanzaba y no me había dado cuenta. No importa cuántas ganas tenía de seguir haciendo lo mismo, bebiendo lo mismo y bailando en los mismos lugares. Al cuerpo no le importaba lo que yo quería, él velaba por su seguridad. Lo estaba destruyendo antes de tiempo, pero no deseaba aceptarlo. Y es que yo, al igual que todo el mundo, sabía que en algún momento el cuerpo comenzaría a rendirse, pero nunca esperé que llegara. Siempre era algo del futuro. Algún día. En algún momento no podré beber y en algún momento comenzaré a quedar calva y en algún momento perderé los dientes. Algún día tendré que morir. Pero no hoy. No ahora. Cuando el doctor se fue, esa mañana, dejó a sus espaldas la seguridad que iba a morir algún día, que mi cuerpo se estaba destruyendo. Esa idea ridícula y secreta idea que, milagrosamente, de alguna manera lograría escapar de la muerte, se disolvió sin piedad. Desde entonces que casi no salgo como anoche lo hicimos. Y desde entonces que, cada vez que despierto como ahora, lo tomo como si mi cuerpo se despidiera un poco más. Eventualmente, me va a dejar. Como a nuestros padres. Pero no ahora. No hoy. Hoy nos vamos a Köln. Arma tu maleta. Los recuerdos de nuestra madre nos están esperando.
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