Capítulos anteriores
66
Siempre es lo mismo. Ahí está otra vez. El mismo lugar. La misma niña. No es mi hija, pero se parece. No soy yo, pero tenemos los mismos ojos. Es una niña extraña, desconocida. Me sonríe y me dice que no ha llamado nadie. Me señala un teléfono que no es el de mi departamento, sino el que teníamos en la casa de mi abuela, en La Reina: un teléfono negro con el signo de CTC. Me pide que llame yo y no sé a qué se refiere, pero tomo el teléfono y marco el número de mi hogar en Charlottemburg. Me contesto yo misma, o quizás no soy yo, pero es mi voz y me pregunto qué quiero y le digo que estoy llamando porque la niña me lo pidió y me pregunto a mi misma por qué no he llamado antes. La voz me responde no puedo llamar porque hay alguien en la pieza y me está vigilando. Corto el teléfono y me encuentro en mi sala de estar mientras una figura enorme, de dos metros, está de pie en el living, con una carta. No se mueve y sus ojos negros, infinitos, escondidos entre las plumas, me miran aún sin mirarme con atención. Su vista está clavada en el techo a mis espaldas, pero sé que me ve por el rabillo de sus ojos eternos. Apenas cuelgo el teléfono doy un paso hacia atrás, pero el hombrecuervo da un paso hacia mí y ambos nos quedamos quietos. Estoy jugando su juego. Soy la víctima de esta idea macabra. Antonio me habla desde la cocina y entra a la sala de estar y al parecer no lo ve porque me pregunta qué estoy haciendo. Me giro con sumo cuidado para no alterar a la figura emplumada y al ver a Antonio, veo que tiene su rostro cubierto de lágrimas. Está llorando sin parar, mojando el suelo. Le digo que se detenga, que va a arruinar el piso de madera y se larga a reír y el hombrecuervo se ríe también con unas carcajadas profundas, ruidos similares a graznidos de tamaño colosal. Entonces, suena el teléfono y no quiero contestar porque no quiero que la niña me vea llorar de miedo, pues estoy asustada por las risas de Antonio y las animalescas carcajadas del hombrecuervo. De modo que no contesto y me quedo quieta, llorando, hasta que mis lágrimas y las de Antonio inundan el departamento y comenzamos a flotar. La alfombra se levanta y los muebles se convierten en pequeños barcos. La niña que es mi hija pero no es mi hija me mira desde el sillón y me pregunta por qué no la he llamado. No puedo hacer nada, quiero decirle. No estoy aquí. Pero ella mira por la ventana y la abre y se arroja y quiero correr detrás de ella pero el agua me vuelve demasiado lenta y mis pies avanzan en cámara lenta y termino gritando, desesperada. Le digo que no se vaya. Le pido que me perdone. Le grito porque creo que haciéndolo lograré evitar que se arroje, pero su figura cae al vacío desde la ventana del departamento y comienzo a dar alaridos desesperados, sintiendo que me voy a volver loca. Entonces, una mano me toma con fuerza y me sacude y abro los ojos y estoy en mi departamento y Camila me dice está todo bien, y me dice es un sueño, y me dice no pasa nada. Y me toma con cuidado y yo sólo lloro y cierro los ojos y dejo que me tome con cuidado, dejándome inundar por un abrazo que parece infinito.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario