Capítulos anteriores

64

No me digas nada. No me preguntes nada. Voy a hablar. Voy a decirlo todo, pero no me interrumpas hasta que termine. No es una exigencia, es una petición. Tengo pocos derechos en este momento, y pedir que me escuches hasta terminar es uno de ellos. Estuve con otro hombre. Vengo de su departamento. Estuvimos teniendo sexo desde las diez de la noche hasta media hora atrás. No lo conoces. No sabes quién es. Pero eso no significa mucho porque yo tampoco lo conozco de verdad. Sé su nombre, sé lo que hace, pero no lo conozco. Y eso es, quizás, el motivo por el cual terminé enfrascada en esto. No sé qué piensa sobre política, sobre educación. No sé si tortura a sus mascotas o cree que hay razas superiores a otras. No lo sé. Y prefiero la ignorancia. Me he dado cuenta que a medida que me pongo barreras morales, esas barreras terminan haciendo añicos los afectos con el resto. Sé lo que piensas, sé lo que crees. Sé de tu compromiso político y lo que consideras que no debiera ser aceptado. Y compartimos lo mismo. Pero, ¿de qué sirve? Son mecanismos para alejarnos del resto. Ponernos en un pedestal moral que a nadie salvo a nosotros mismos nos importa. Masturbaciones emocionales. Premios entre náufragos. Yo no sé en qué cree este hombre. Y no le pregunté. Hablamos del clima y de otras cosas que no importan. Mencionamos los viajes que hemos tenido y me preocupé de no llegar a ninguna zona que pudiese producir asperezas. No quería arruinar la seducción con moralidad. El poder es un juego político, pero la seducción podemos reducirla a estrategia, a estética. Lo bello nos salva de lo peligroso, aunque no siempre. Me emborraché y se emborrachó le di una mamada tan larga que se me comenzó a adormecer la mandíbula. Tuvimos sexo en su cama y en el living y en la cocina. No voy a esconderte nada. Me presionó contra la pared y me lo metía y yo me quejaba de placer y él se reía cada vez que eyaculaba. A momentos pensaba en qué estarías, pero sabía que de seguro te encontrabas en casa, leyendo un libro, porque confiabas que yo no estaría haciendo lo que estaba haciendo. No podrías creer que la persona que te dice “te amo” por la mañana, sea capaz de darle sexo oral a un desconocido, por la noche. Sé que esto te parte el corazón y no es para menos, pero no puedo esconder lo que soy. No estoy hecha para esto. Para una relación donde somos únicos. Donde debo fingir que no me siento atraída por nadie más. Donde tú me dices cosas lindas y yo debo sonreír y mantener el juego de la seducción dormida. Gigantes que se tendieron en grandes páramos y hoy se convierten en montañas desoladas. Un sitio frío, sin bordes peligrosos en que podamos dañar nuestros afectos. El terreno, aquella superficie donde construimos esta relación, es tan plano que carece de aventura. Resistencia. Rabia. No tenemos para el otro más que buenos deseos y eso termina cansando a cualquiera. Sí, fui irresponsable y sí, te hice daño. Pero prefiero hacerte daño en vez de mantener algo incierto, una especie de ficción de alegría que se parece a la estabilidad y acaba siendo hermana de la rutina más agobiante. Lo peor de todo es que te amo. Y esto no es mi forma de terminar lo que tenemos, es mi manera de decirte que no puedes confiar en mí a ojos cerrados, porque voy a hacer esto cuando lo necesite y cuando no me veas. Voy a perderme y voy a confundir mi cuerpo con otros cuerpos y voy a volver a casa a contártelo para que no creas que te guardo secretos. No estoy arrepentida, sólo estoy preocupada por ti. Ya he terminado. Eso era todo. Puedes decirme lo que quieras. Carlos, por favor. Dime algo. Necesito escuchar una voz que no sea la mía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario