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Salimos de la fiesta y Camila se ríe. Me dice hace tiempo que no salía a bailar. Me dice creo que nunca lo hicimos juntas. Asiento mientas digo que no, que es la primera vez. Y nos reímos y ella me dice “ven” y la sigo por Schönhauser Alle mientras ella cree que llegaremos a algún lugar interesante, aunque yo sé que para allá no hay nada pero no quiero arruinarle la ilusión. Y ella encuentra una cabina de fotos y me pregunta para qué sirve y le digo que es un Photoautomat, que la gente se saca fotos en estas máquinas, a veces como recuerdo, a veces para fotos oficiales. Inserta una moneda y me empuja adentro de la cabina y nos fotografiamos. Estamos borrachas y nos da risa y luego tenemos que esperar cinco minutos. Ella enciende un cigarro y me pregunta si no tengo la sensación de extrañar algo, permanentemente. Una especie de tristeza subterránea. Le digo que no, pero no estoy segura y luego le digo que a veces, pero no extraño Santiago ni las calles ni el olor. No siento nostalgia por el gris ni los inviernos sin nieve. Le digo que a veces me siento sola, pero que eso ha ocurrido siempre. Es inevitable pensar en ciertas cosas, como en la soledad. O en la muerte, me dice ella mientras exhala el humo de su cigarro y cuando dice esto en voz alta pienso en nuestra madre, que murió en la más absoluta soledad. Y pienso en nuestra abuela, que también murió sin nadie que la viera en sus últimos momentos y pienso que yo también tengo miedo de morir sola. La fotografía sale de la máquina y estamos abrazadas, sonriendo. Soy yo y no soy yo. Esa mujer que abraza a su hermana me parece tan lejana que es como si me viese desde afuera. Camila me pregunta si se puede quedar con la foto y asiento, divertida. Compramos unas cervezas más en un Spätkauf, que son unos pequeños locales abiertos toda la noche, y nos marchamos caminando por la ciudad. Le digo que podemos llegar a casa caminando, pero será un buen rato. Me dice que no tiene prisa, que los problemas y la realidad y las responsabilidades nos van a golpear mañana. Ahora no tenemos tiempo de eso. Camila me dice esta noche es eterna. Camila me dice cantemos mientras avanzamos por la calle. Le sonrío y le digo que está bien. Y así, ambas avanzamos por la acera, dejando que la noche de Berlín nos trague con la agitada tristeza de un carnaval de dos personas.
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