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59

Terminamos dos copas y luego fueron tres. El vino se convirtió en Vodka y luego en coqueteo y acabó transformado en un taxi. La puerta abierta del vehículo se convirtió en una sonrisa y luego en una mano sobre otra y terminó siendo un beso al borde de la puerta del auto. Y ese beso se deformó en una invitación a pasar. Y debí haber dicho que no, pero tenía ya la sensación de estar tan dentro de un problema, que en cierto punto daba lo mismo si dejaba de avanzar o me arrojaba por completo. La falta ya está hecha. Nos besamos en su pieza y me quitó la polera y desabotoné los pantalones y nos besamos el cuerpo y transpiramos juntos y grité como hace tiempo que no lo hacía. Era como ver una película porno, como si no fuese yo quien estaba ahí. Mi cuerpo reclinado sobre aquel sujeto rubio, frotándose y moviéndose y yo miraba como desde afuera, sentada en el borde de la cama, contemplando las luces de la ciudad, imaginando si estabas durmiendo o despierto y sabiendo, en el fondo, que al volver a casa debería decirte dónde había estado. Ahora estamos en silencio y el gringo me acaricia el estómago con la punta de sus dedos y yo miro al techo y fumo sin pensar en nada, realmente. En mi cabeza que ahora da vueltas no cabes tú, ni quepo yo. No tengo espacio para nadie más que para este instante. Acabo de romper algo sin misericordia y nadie más lo sabe. Arrojé una bomba a una ciudad que no había hecho daño alguno y sus habitantes no tuvieron tiempo de correr por sus vidas. Ahora las calles están regadas de cuerpos mutilados. Sangre en las escaleras. Miembros lejos de sus cuerpos. Humo que cubre las plazas públicas. Juegos donde antes corrían niños, ahora convertidos en agujeros en el suelo, impregnados de pólvora. Nadie me pidió hacerlo. Reaccioné de manera voluntaria porque pude y porque tenía ganas. Y me pregunto cuántas veces seguiré repitiendo esto. Los patrones que cobran víctimas. Me abro paso en el mundo destrozando todo lo que conozco. Rompo cuanto llega a mis manos porque no sé detenerme, y porque la culpa nunca es más grande que el placer del momento. Ahora boto el humo del cigarro, vacío mis pulmones y observo aquella pequeña nube chocar contra el techo y pienso que tú haces lo mismo y te imagino en casa, esperándome llegar, fumando y mirando al techo y pensando si está todo bien o te han bombardeado el corazón sin que lo sepas. Debo decirte algo cuando entre a la puerta. Quizás no me preguntes nada, pero no deseo mentir. No soy buena en eso. Si puedo atestiguar a mi favor, diré que soy honesta. Aún si la honestidad cobra más víctimas que el bombardeo. Y aún si la honestidad tiene el olor de mi cuerpo bañado en la transpiración de otro hombre.

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