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Mírame. Mírame a los ojos, cobarde. Un hombre que golpea es un hombre que mira de frente. No me quites los ojos de encima. Acertaste un par de golpes. Bajé mi guardia, me desconcentré por un segundo y entraste, sin piedad. Pero no es suficiente. Tienes demasiada confianza. Te crees capaz de partir la historia de la humanidad a golpes. Te crees capaz de lograr todo lo que desees. Pero esta noche te voy a enseñar una lección de humildad. Conmigo y con el resto. Me contaron lo que decías de mí. A ese viejo, decías, a ese viejo lo voy a llevar a piso en tres rounds. Vamos por el quinto y apenas puedes cerrar los ojos. ¿Te duele? Estoy seguro que si vuelvo a acertar otro golpe de frente, voy a romperte la nariz. ¿Dónde estás ahora? Porque aquí veo tu cuerpo, pero tus ojos brillan diferente. No estás. Tienes tanto miedo de perder, que estás abandonando tu propio cuerpo. Estás dejando que otro se encargue, porque tú no quieres ver este espectáculo. Yo estoy en primera fila. Es algo que se aprende con los años. No importa si vas ganando o no, retirarse en la mitad del combate es la mayor expresión de cobardía. Un hombre que sangra por deporte no se mide por las veces que gana, sino por cómo enfrenta las pérdidas. Me diste un par de golpes fuertes. Pero no me verás caer. Así mi vida dependa de mantener esta promesa. La única forma en que podrás arrojarme al suelo será muerto. Mírame. Mírame a los ojos, cobarde. Quiero saber dónde estás. Dónde estás de verdad.

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