Capítulos anteriores

44

Estoy listo. Mañana es el día. Miro el techo de mi habitación y me gustaría que estuvieras aquí. Que me miraras con cariño y me tocaras los puños y me dijeras que no voy a fracasar. Que no es tarde para lograrlo. No sé si sea verdad, pero necesito que me lo digas. Intento llamarte, pero no estás. Tomaría algo para calmarme, pero sé que si me tomo una cerveza voy a pasarme luego a un vodka y luego a otro y terminaré borracho y mañana me harán pedazos. Los guerreros no escapan antes de la batalla. Los guerreros se preparan. Anticipan el ajedrez de golpes que vendrá en unas horas más y le avisan a su cuerpo que no tenga miedo, que están juntos. Mañana es el día y pareciera que fue hace sólo un par de tardes que te dije que me habían aceptado la pelea. Me voy a enfrentar a un chico. Bertoni, un cabro que viene de familia de inmigrantes italianos y parece un tanque. Rápido, fuerte, con la voluntad que caracteriza a los niños que quieren conquistar el mundo a golpes. Y yo, para su manager, soy un símbolo. Si me derrota, habrá demostrado que puede contra un antiguo campeón. Su manager quiere que me haga pedazos. Así, levanta la fama de Bertoni y yo me retiro con una derrota digna. Los viejos no pueden ganar para siempre. El cuerpo los abandona. Pero no estoy tan viejo y mi cuerpo aún no ha levantado la bandera blanca. Mañana voy a subirme al escenario y a mirarlos a los ojos y hacerles saber que estoy de vuelta. Que no voy a dejarme aplastar por un niño. No en este punto de mi vida. Una vez me preguntaste qué se siente golpear a gente que no odio. Te respondí que es un deporte, pero en el fondo es otra cosa. Es una prueba a uno mismo. Es decirle a tu cuerpo que estás curtido, que no importa lo que ocurra, que puedes soportarlo y salir adelante. No voy a golpear a Bertoni pensando que es mi enemigo. Tampoco voy a evitar golpearlo imaginando que es el hijo que no tenemos. Voy a darle todo lo que tengo porque él hará lo mismo. El juego de los hombres es violento. En el juego de los hombres no hay dudas. No se piensa. Llevo tres meses imaginando esta pelea. Ya no hay nada más que pensar. Lo que viene ahora es ponerme los guantes y permanecer de pie. Mis puños y yo. Dos hombres solos, enfrentados. El cielo es mi testigo. He vuelto a rezar. No lo hacía hace años, pero me siento demasiado solo. Anoche leí la Biblia y aunque no seguí la lectura con demasiada atención, me acompañó hasta que cerré los ojos. Me contó la historia de unos hermanos que cosecharon en arena, en roca y en tierra firme. Sólo la semilla arrojada a la tierra pudo germinar. La historia no me gustó mucho, la verdad, pero me quedé dormido soñando que yo era una semilla plantada en roca por un imbécil. Mi vida era la de una planta contra todas las posibilidades del mundo. A pesar de ello, me convertí en un árbol gigante y miraba Santiago desde las alturas. Era una planta enorme. Crecía tanto, que mis ramas hacían sombra, cubriendo barrios enteros. Nadie podía derribarme y me miraban, perplejos. Dios decía que eso era imposible, pero yo no creo en Dios. Sé que tú tampoco le crees, pero anoche necesitaba que alguien me acompañara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario