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Hoy venía de vuelta del trabajo cuando me detuve en una tienda de libros antiguos. Era una de esas tiendas típicas tiendas del centro, con olor a polvo ya libros viejos y a lecturas no terminadas. No sé por qué, pero entré a la librería y comencé a buscar como si una voz me estuviese llamando. O quizás lo estoy describiendo de una manera más mágica de lo que verdaderamente era. Entré a una tienda, sin saber por qué, y me compré un libro sin tener idea de qué se trataba. Era un libro barato, de esas ediciones antiguas que nadie recuerda. “Las neuronas espejo”, se llama. Es éste. Me gustan los libros. Sé que a ti también, por eso te cuento todo esto. No sé de qué se trata, pero leí a la rápida un par de páginas y me parecieron interesantes. ¿Y a ti, como te fue en tu primer día? ¿Cómo son tus compañeros de trabajo? ¿Cómo es tu jefe? ¿Tienes un escritorio? ¿Te llega el sol? ¿Hay una cafetería o almuerzan en la calle? A veces pienso que muchos de mis problemas se arreglarían si mi trabajo tuviese una cafetería. Pero también pienso que aparecerían otros problemas. Correr en la rueda interminable de las excusas. Te extrañé. Es una locura, pero cuando no te veo durante el día me haces falta. Y no me atrevo a marcar tu número para que no pienses que estoy marcando tu territorio. Es bueno dejar aire. Es sólo que a veces tragar tanto aire me ahoga. Te extraño. Te pienso. Hoy venía de vuelta del trabajo y entré a una librería sin tener un motivo. Quizás te estaba buscando. Quizás esperaba que, mediante un milagro, fueses tú quien estaba adentro de esa tienda, revolviendo entre libros viejos, jugando a explorar montañas de palabras. Pero no estabas. Me encontré con un libro y lo compré para hacerme compañía, y ahora que estás a mi lado, leer un libro me parece algo tan absurdo. ¿Cómo podría alguien cambiar un momento contigo por cualquier otra cosa?
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