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30
Siempre es lo mismo. Ahí está otra vez. El mismo lugar. La misma niña. No es mi hija, pero se parece. No soy yo, pero tenemos los mismos ojos. Es una niña extraña, desconocida. Nos encontramos de nuevo en esa cafetería con piso de madera. Me espera sentada, sonriente. Sus pies cuelgan en la silla de madera. Me siento a su lado y observo mi reflejo en el café. Ella toma chocolate y le pregunto cuánto tiempo me ha estado esperando. Me doy cuenta que le hablo en un alemán con marcado acento berlinés y ella me responde en español, con toda naturalidad, que desde hace unos diez minutos. Nos miramos a los ojos y algo en ella me hace quitar la mirada. Me giro para ver la decoración del lugar, que no es una cafetería, sino una piscina pública. Observo reflejo en el agua cristalina y la niña ahora está jugando con otros pequeños, en la parte baja de la piscina. Un pájaro grazna desde el trampolín. Es un cuervo negro, grande. Casi del tamaño de un cóndor. Pero es un cuervo. Hace ruidos, buscando a alguien y no puedo evitar pensar que me llama a mí. Antonio está en la parte honda de la piscina y es solo en ese momento que me doy cuenta que estoy nadando. Voy hacia él. El cuervo bate sus alas con fuerza y se posa sobre la cabeza de Antonio, quien me mira, sonriendo. Ahora me sumerjo en la piscina y al salir, Antonio y el cuervo son una misma persona. El hombrecuervo estira sus brazos de plumas y dice mi nombre con graznidos. Algo me da terror, pero al mismo tiempo pienso que estoy protegida en el agua. Me giro para ir a jugar con los niños, porque tengo cinco años y mi hermana me está llamando. La niña desconocida mi hermana son buenas amigas. Me dicen Florencia ven a jugar con nosotras. Me pregunta qué quieres ser, princesa o payaso. A mí me gustan los payasos y a mi hermana le gustan las princesas y a la niña no alcanzo a preguntarle qué le gusta ser, porque el hombrecuervo sobrevuela nuestras cabezas y entierra sus garras en los hombros de la pequeña, sacándola del agua. La niña grita, mientras se eleva por los cielos. El hombrecuervo no tiene remordimientos. El hombrecuervo va a volver. Y sé que la próxima víctima puedo ser yo. Observo al hombrecuervo soltar a la pequeña desde una altura escalofriante. Veo su vestido flamear como una bandera, zurcando el cielo. Puedo ver sus pelo largo, sus brazos que se mueven, desesperados. Entonces, el sonido. El pequeño cuerpo, golpeando el suelo, quebrando sus huesos, reventando sus órganos contra el techo de un auto, cuyos vidrios se trizan con el impacto. El sonido de una vida finalizando de golpe. Un grito que se corta antes de finalizar. El auxilio incompleto. Las muertes súbitas. Todos los recuerdos que marcan la biografía. Despierto, asustada. Siempre es lo mismo. El sueño que se repite y luego ese despertar súbito. Tiemblo. Corro las cortinas e intento mirar por la ventana. Afuera está oscuro. La noche se ha tragado la tierra completa. Siempre es lo mismo. Observo mi reflejo en el vidrio. Pobre, pienso al ver la figura de esa mujer sentada en su cama. Debe ser triste despertarse llorando en la mitad de la noche.
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