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25
El aire frío nos corta en dos los ojos al salir. Camila se despide de la señora mediante gestos y yo levanto la vista. No pasan aviones. No hay cicatrices en el cielo. Azul oscuro. Las primeras estrellas titilan sobre las casas de este pueblo pequeño. Pequeñas esperanzas arraigadas en medio del frío. Pequeñas escalas manejables. Vidas a velocidades diferentes. Mi hermana se acerca a mí y apenas logro distinguirla entre las sombras que se apoderan de la calle; aquella oscuridad que intenta ser mitigada con unas pocas luminarias públicas. Me doy cuenta que es tarde. Me doy cuenta que no podemos viajar ahora mismo. Me doy cuenta, también, que deseo conversar con Camila. Y, al notar eso, un pequeño escalofrío me ataca por la espalda. Endurezco el rostro y le digo que busquenos un hostal. Le digo que tengo sueño. No le digo que quiero abrazarla ni que estoy triste. No le digo que la señora Grösse me perforó el corazón con su honestidad. No voy a decirle nunca que algo en mí extraña a esa madre que nos abandonó sin misericordia. Y la extraño aún si no lo merece. Esa madre que nos dejó porque no soportaba vivir sin el amor de su vida. Ese amor casi infantil. Puro. Honesto. La imagino claramente. Era más joven que yo cuando vino con mi padre de luna de miel a Europa, hace tanto tiempo. Dos niños jugando a ser adultos. Sacando fotografías y tragándose la vida por los ojos. Lugares que sangran historia. Bancas de plaza que tienen la edad de mi país natal. Dos jóvenes cuyo cariño ocupaba tanto espacio dentro de ellos, que ya no cabía nadie ahí. Y nosotras, subproductos de eso, ahora reconstruyendo los pasos. Dos niñas acostumbradas a las migajas. Comiendo del suelo de los afectos. Reconstruyendo nuestra historia a pedazos. Caminamos en silencio, buscando un lugar para comer algo y dormir. Mientras avanzamos, reconozco en el andar de mi hermana mi propia manera de mover los brazos. Gestos involuntarios. Espejos sin marco. Los sobrevivientes de una guerra no deberían luchar entre sí. Tampoco deberían olvidar la catástrofe. Deseo abrir la boca pero no voy a decirle a Camila nada de esto. Vamos a caminar por el frío anochecer. Vamos a guardar silencio y vamos a dejar que la oscuridad de esta pequeña calle mal iluminada se trague nuestros pensamientos con locura.
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