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No pretendo que nos llevemos bien, Camila. No va a ocurrir un milagro. Pero tampoco quiero sentir que somos enemigas. Que nos cuidamos las espaldas todo el tiempo porque la otra puede apuñalarnos por sorpresa apenas le quitemos la vista de encima. No tenemos que fingir cariño, pero tampoco es necesario que hagamos de esto una guerra de mentira. Pretender que nos odiamos. Dispararnos sin piedad salvas que sólo hacen ruido. Arrojar con fuerza aviones de papel que bombardean ciudades imaginarias. Tanques de juguete que pasan por encima de los restos de una calle dinamitada con falta de cariño. Refugiados sin hogar que vagan por enormes campos de papel lustre. Ejércitos completos de soldados plásticos invadiendo nuestra maltrecha relación. No tengo fuerzas de jugar a la pelea. Prefiero pensar que nunca aprendimos a estar juntas. Como si el alemán que ahora hablo y el español con que te haces entender, no fuesen capaces de convivir en el mismo espacio. Dos idiomas que se repelen con violencia. Me da la impresión que hemos siempre sido así. Nunca me preguntaste por qué me fui del país. Nunca supiste con quién me casé. No sabes si tengo mascotas. No sabes cómo se llama mi hija. No sabes su edad. No tienes idea en qué trabajo ni por qué lo hago. No sabes nada de mi. Y está bien. No pido que te importe. Mi vida es tan poco interesante, incluso para mi misma, que no espero que sea emocionante para otros. Pero eso no significa que debas odiarme. Tú no sabes decir en alemán que no me conoces, y yo he olvidado casi todos los sinónimos para la tristeza que hay en español. Esta guerra de juguete no va a cobrar víctimas verdaderas, pero hasta en los juegos más limpios puede haber heridos, y no quiero sentirme responsable. No quiero tener soportar mucho más y terminar gritándote en la cara todo lo que me pasa, porque no somos capaces de entendernos y porque jamás guardamos los cuchillos frente a la otra. Ya desenvainadas nuestras armas, vemos con escepticismo las demás familias. Esas que tienen hermanos que se abrazan. Madres que besan a sus hijas. Padres que no mueren en la dictadura.
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