Capítulos anteriores

7

Sí, Carlos. Me llamo Carlos. Nos conocimos en la marcha. Por eso te vine a saludar y me senté en tu mesa. No lo hago con todo el mundo. De hecho, creo que es la primera vez que me animo a hacer esto. No soy de esas personas tan seguras de su encanto que son capaces de sentarse en la mesa de un extraño y conversar de lo que sea. De hecho, no confío en esa gente. Las personas con demasiada seguridad me producen rechazo. ¿Y a ti? Bárbara, ¿no? ¿Qué piensas de esas personas, Bárbara? Pero en serio, ¿qué piensas cuando te hablan? Perdona lo sincero, pero estoy seguro que te pasa a menudo. Eres bonita y sonríes todo el tiempo. El blanco perfecto para las tipos con exceso de juventud, confianza y malas intenciones. ¿Estás esperando a alguien? ¿Sales a tomar sola? Yo lo hago de vez en cuando. Salgo a dar una vuelta y entro a un bar y me tomo algo y a veces tengo suerte y me encuentro con gente interesante. A veces no hay nadie que valga la pena y termino bebiendo solo, en la barra. Es una imagen que suena más triste de lo que es. La sociedad nos obliga a hacer cosas en pareja o en grupo. Pero si bebes solo eres un borracho. Si vas solo al cine, eres un pobre tipo. Si sales a comer solo, tienes una depresión. Yo disfruto de mi soledad. No siempre. A veces la destruyo y me río de ella, como ahora. Te vi, aquí, sentada, y no pude me aguantar las ganas de saludarte. Porque me pediste fuego en la marcha y luego nos separaron los gases y los gritos y el exceso de juventud y malas intenciones. Mis papás me criaron con mucho cariño, pero nunca hablamos de lo que realmente importa. Tu madre te dejó, pero quizás eso no es del todo malo. Los abandonos forman carácter. Se arman solos, a pulso, porque la estructura que los protegía los dejó de lado. Se construyen libremente, con intuición pura. Y de esa libertad a veces nacen personas increíbles. Casi todos mis amigos. Por lo demás, estoy seguro que tú también has abandonado. Las mujeres lindas hacen mucho daño cuando se van. Destruyen todo a su paso, llevándose las conversaciones y el cariño y las promesas. Arrasan con todo, como un tren ciego de ira. Los abandonados por las mujeres hermosas quedan malheridos porque duele y porque no importa cuánto tiempo pasaron juntos, uno nunca guarda suficientes recuerdos de ellas. Cuando desaparecen, la vida pareciera quedar suspendida. Los afectos quedan boca abajo, colgados, desangrándose, como animales de campo: tratados con sumo cariño en un momento y luego, un día, sin previo aviso, terminan abiertos en dos, balanceándose cabeza abajo, contemplando cómo sus propias entrañas los abandonan con desprecio. Las mujeres hermosas abandonan sin misericordia. Es la tragedia de los finales inevitables. Las promesas invisibles. Y el problema es que uno acaba extrañando siempre. El estar despierto se convierte en una permanente vigilia de tristeza. Al final, es eso: la sensación de extrañar. Estar extrañado. Que extraño, ¿o no? ¿Quieres otro más? Algo me dice que esta noche durará más de lo habitual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario