Capítulos anteriores

97

Bárbara, necesito hablar contigo. Sé que estás ocupada y quizás estás en un momento importante, pero escúchame. No me interrumpas y escúchame, así como yo te dejé hablar cuando me lo pediste. Hoy me desperté y fui a comprar una tarjeta telefónica para llamarte. Quería contarte de mi vida. Quería contarte que han sido días muy tristes. Mi tío Franco murió en una pelea de boxeo. Se le reventó una arteria del cerebro y estuvo inconsciente tres días. Murió anoche y lloré tanto que pensé que me iba a explotar la cabeza. No éramos cercanos. No lo veía desde hace tiempo. Y sin embargo, estar con él en sus últimos minutos me afectó como si fuésemos mejores amigos. Pensé mucho por qué me afectó de esta manera. Por qué no podía quitarme su imagen de estar conectado al respirador artificial. Por qué no podía dejar de ver cómo se inflaba su cuerpo al mecánico ritmo de los extraños aparatos de hospital, que siempre me han dan la impresión de ser una enorme sala de espera a algo aterrador. Y, entonces, lo descubrí. Tiene que ver con las escalas diferentes y las neuronas espejo y la forma en la que establecimos esta relación que ahora no soy capaz de cargar encima. Porque debo acostarme borracho para lograr dormir. Y porque cuando cierro los ojos te veo, sonriendo, amarrada en los brazos de alguien más. Sé que son imágenes y quizás nada de esto es verdad, pero para mí cuentan y hieren con la misma intensidad que si lo fueran, porque en un punto la imaginación y la fe y la verdad se parecen demasiado, y no soy capaz de separar realidad de simulacro. Entonces, levanto los ojos y miro alrededor, pero toda la miseria de los otros parece más importante. En comparación, mi escala es pequeña y mis dolores son pequeños, pero los siento tan grandes que no me caben dentro. Porque la escala con que se miden los planetas no es la escala de los hombres. Y la escala de los problemas del mundo no es la escala de mi propio corazón. Sentir empatía tiene ese doble filo, porque comienzas a medir. Tercerizas tu percepción y acabas alienándote. Necesito regresar a mí, porque tú no fuiste capaz de cruzarte a mi lado. Te regalé tanto espacio y tanta tierra, que ahora estoy parado sin ser capaz de moverme para no invadir tu territorio. Mi patria se han vuelto mis zapatos. Y tengo miedo que si seguimos con lo nuestro, termine si poder contar con que mis pies sean parte de mí. Y así, cuando no tenga dónde estar de pie, porque todo te pertenece, no puedo evitar preguntarme si me cargarás en los hombros o me expulsarás de tu territorio. Y me aterra el hecho de no saber con certeza. Nunca me había pasado esto. Ya no puedo. Ya no te puedo. Mi tío murió solo, porque su novia está en Europa, como tú, y me di cuenta que no quiero eso para mí. Quiero morir de la mano de alguien. No estar permanentemente solo. Necesito compañía y es hora de afrontar que no puedes dármela, porque no sabes lo que significa. Esta será la última vez que hablaremos. Dejaré tus cosas en la casa de tu padre. No toques mi puerta. No me llames. Yo no existo. Imagina que me hundí, que me arrojé al agua y me he perdido en lo profundo, descendiendo lento, perdido en la oscuridad de un río en la mitad de la ciudad en la que ahora estás de visita. Espero que estés bien. Espero que me entiendas. No quiero, siquiera, escuchar tu voz. No soy capaz. Voy a cortar, ahora. Necesito cortar. Adiós.

No hay comentarios:

Publicar un comentario