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No la extraño. No se trata de eso. Ni siquiera pienso en ella. No la recuerdo. Olvidé la mayoría de sus gestos. No puedo recordar su cuerpo entero. Sólo trozos. Pedacitos. El lunar en su mejilla. Unos aros celestes que solía usar. La forma de su nariz. Su espalda. Curiosamente, me acuerdo de los detalles a los que menos atención le puse cuando estábamos juntos. Y no la extraño, para nada. Es otro el sentimiento. Es la ausencia. Lo que ya no está y en un momento era la vida entera. Te cuento esto porque hoy vi una foto de ella vestida de novia. No tenía idea. Un amigo me envió una foto y me dijo “adivina quién se casó”. En la imagen (una captura de pantalla) se encontraba su foto y los comentarios que habían dejado sus amigos. Ahí estaba ella, vestida de blanco, sonriente. Feliz. Con ese brillo en los ojos del que yo mismo fui testigo. Y a su lado, un sujeto, igualmente feliz. Un tipo que se ve buena persona. Alguien con quien de seguro no tengo nada en común, pero una buena persona, al final del día. Un tipo de esos que te encuentras en una fiesta y puede que no terminen siendo amigos, pero le deseas que llegue a salvo a casa. Vi la fotografía y recordé las veces que soñé con ser yo ese hombre de la foto. Las noches hablando de planes, de vida, de lo que nos esperaba con el tiempo. Y luego, ahora, verla ahí, estática. Sonriente. Infinita. ¿Quién es esa novia que sonríe? No es la adolescente que me vio llorar cuando mi hermano tuvo un accidente. No es la chica que tomó mi mano esa noche cubierta por una niebla tan densa que apenas podíamos encontrar las luminarias de las calles. No es la joven que me dijo “esto se siente muy parecido a hacer lo correcto” y me besó, poniéndose de puntillas. Es otra persona. Es una novia, en el sentido más general de la palabra. La novia de otro. Un sujeto que no conozco, pero tiene los ojos claros y de seguro tiene historias interesantes. Un tipo de rasgos cuadrados, sonrisa impecable y que vive en un buen barrio de Santiago. Esa novia, que fue mi novia pero ya no; que sonreímos juntos, pero ahora le sonríe a otro; que me confesó secretos que ahora otro conoce; esa novia que ahora está vestida de novia y es, verdaderamente, la novia de alguien más, sonríe en la fotografía que veo en la pantalla, mientras sus amigos, gente que nunca he visto, le dejan saludos y felicitaciones. ¿Quiénes son esas personas? ¿Hace cuánto se conocen? Miro aquella novia desde una pantalla y pienso que me convertí, oficialmente, en un recuerdo. Y no la extraño. No se trata de eso. No pienso en ella. No la recuerdo y ya olvidé la mayoría de sus gestos. Aún si me concentro lo suficiente, no soy capaz de recordar su olor. Todos los detalles que la componían se perdieron en mi memoria, así como, de seguro, yo me perdí en la suya. Te cuento todo esto no porque quiera hablarte de ella, sino de nosotros. No se trata de las memorias que no me interesan, sino del futuro que quiero cuidar. El de ambos. Porque no quiero que esto sea solo un recuerdo difuso. Y porque te amo tanto que no creo que podría soportar verte vestida de novia y no reconocer a quienes te sonríen en esa fotografía, no saber dónde estás, y no ser el hombre que toma tu mano con amor infinito en ese instante capturado el tiempo.

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