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No me digas lo que tengo que hacer, porque ya lo sé. Voy a ir a buscar un auto y lo voy a arrendar y nos vamos a Köln ahora mismo. No, no vamos a esperar un tren. No vamos a dejar que siga pasando el tiempo y se amontone a una velocidad que pareciera ser menor a la rotación de la tierra. ¿Qué conseguimos con eso? ¿Seguir mirándonos como si fuésemos a cambiar la manera en que nos sonreímos? ¿Crees, verdaderamente, que vamos a encontrar un milagro en este viaje cuya duración ha cobrado tal magnitud que pareciera extenderse en el horizonte hasta fundirse con el cielo, impidiendo que logremos saber, con certeza, dónde comienza uno y termina el otro? Es como si hubiésemos estado aquí durante meses. Han sido solo un par de días, pero no quiero más. No me interesa vivir aventuras. No quiero seguir recorriendo pueblos y tomando trenes y escuchando historias y sentándome frente a ti esperando que en algún momento tengamos algo que contarnos. No quiero seguir pensando en lo que tengo y no tengo y lo que hice y en nuestra historia y continuar sintiendo pena porque la suerte en la vida opera bajo leyes arbitrarias, caprichosas, que han hecho que dos hermanas pierdan a su madre dos veces en una misma vida, e impidieron a su padre abrazarlas antes que cumplieran los cinco años, pues desapareció en manos de los militares. Esa suerte que ha jugado con nosotras con esa crueldad es la suerte que nos tiene ahora, agotadas, en este pueblo en la mitad del invierno. Así que no me digas lo que tengo que hacer. Voy a arrendar un auto y vamos a viajar a Köln y vamos a solucionar esto antes que el viaje termine pasándonos por encima como si no fuésemos más que pasto. Vegetación humana. Cuerpos enverdecidos a la orilla de camino intransitado. ¿No tienes la sensación de estar estancada en un tiempo constante? Es la molestia de las visitas inesperadas. Esas compañías incómodas que retardan el avance de las horas. Escúchame, Camila, puede que no estemos de acuerdo en lo que pensamos ni en lo que creemos ni en cómo debieran ser las cosas, pero estoy segura que si en algo congeniamos es en las ganas de terminar esto cuanto antes. Por ello, voy a arrendar un auto. Nos subiremos al vehículo, dejaremos atrás este pueblo y sus perros y sus señoras y los llantos que tragamos para evitar decirnos lo que nos ocurre, dejaremos atrás las preguntas sin respuestas y viajaremos a cerrar el ciclo. Llegar a buen puerto. Y es que somos dos cuerpos distintos. Árboles separados, que no conocen los códigos del abrazo ni la cercanía del resto. Ramas firmes, inflexibles. Árboles tan alejados entre sí que creen ser los únicos en la tierra. Vegetaciones distantes. Seres que prefieren el silencio a la complicidad.
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