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No salió. Postulé. Fui a hablar con el dueño de la editorial. Dije todo lo que se supone tenía que hacer. Dije todo lo que tenía que decir en la entrevista. Me mostré motivada, porque lo estoy. Me mostré capaz de trabajar en equipo, porque lo soy. Me mostré con el conocimiento suficiente para poder hacer el trabajo de la mejor manera posible. Pero no. Sucedió algo que no entiendo y me dijeron que ya habían escogido a otra persona. Lo cual me deja con la clara sensación que no tengo idea qué estaban buscando. No sé qué me faltó. Si dije algo mal o leyeron algo distinto o no nos pudimos entender o, simplemente, tuve mala suerte. Y esa, Carlos, es la opción que más me aterra. Porque la suerte no la puedo medir, no puedo trabajar en ella y no puedo tener más de la que ya poseo. Se alza como una sombra indeterminada en el horizonte del camino. Una fuerza misteriosa, invisible, replegada fuera de mi control. Una fuerza que te relega a no ser más que una mísera espectadora de tu propio destino. Indecorosa desigualdad. Tormentas que se cruzan y destruyen, ciegas de ira, lo que se encuentre a su paso. Y tú, en medio del viento y el agua y el fango, observando los trozos de tu propia vida que vuelan por los aires como una ciudad azotada por los climas iracundos. Una mujer sola, testigo del caos impávido. El miedo ante esa destrucción que opera lejos de ti, que mueve engranajes y máquinas detrás de una cortina. El misterio absoluto. Los paisajes invisibles. Todas las pequeñas historias de ciudades arrasadas en el mundo. Bombardeos. Víctimas seculares de una destrucción descontrolada. Y yo, ahora, agazapada detrás de una pared cortada en dos por una explosión, en medio de las ruinas humeantes. Me han bombardeado el alma, Carlos. Una tormenta de balas me ha perforado por dentro y ahora mi corazón está lleno de agujeros. Las palabras salen de mi boca como flotadores en este mar de escombros. Porque si dejo de escuchar mi voz, me hundo. Y si me hundo, tengo miedo de terminar ahogada bajo el peso de mi tristeza. ¿Qué se hace ahora? ¿Cómo voy a pagar un arriendo? ¿Cómo sobreviven los adultos? Hay algo en esta etapa de la vida que no comprendo. ¿Cuál es la red de seguridad que se supone debería existir? Porque si no consigo juntar el dinero, ¿qué? ¿Me espera la calle? ¿Qué ocurre si me sucede algo grave, ahora? ¿Si, de pronto, me da cáncer o una aneurisma o me atropella un sujeto borracho? ¿Es así esto? ¿Acaso estamos a una enfermedad terminal, a un accidente grave, de la indigencia? ¿Cuán delgada es la seguridad sobre la cual caminamos a ciegas? Porque ahora no tengo trabajo, no tengo ahorros y debo pagar arriendo y comer y movilizarme y no tengo idea cómo lo hacen los demás cuando la suerte les pasa por encima y destroza su paisaje de manera tan violenta. Sé que me vas a decir que voy a salir de esta, pero compréndeme. No es tan fácil asentir y volver a creer en la suerte, cuando fue ella misma quien comandó este bombardeo. ¿Por qué me miras así? Carlos, ¿qué pasa?

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